sábado, 17 de noviembre de 2012

Mierda y pesadillas en la cocina

Hola a todos.
Como esta semana ha habido menos realities que neuronas en Gandía Shore me voy a arrancar a comentar un docu-show. Y no hablo del posado del verano de Ana Obregón, eso es más del género drama, sino de Pesadilla en la cocina.
¿Lo habéis visto?
Es ese programa en el que un cocinero con pinta de cocinar uno para él y otro para el cliente, pone a parir a gente que le llama para que les ayude a dejar de arruinarse.
En realidad, el problema de la gente que llama a Chicote, que así se llama el cocinero-coach, no es que sean más cerdos que Porky tocándose en un convento de ursulinas, sino que están más zumbados que la abeja Maya trabajando en un club de carretera.
Es algo así como “caramba, me acaban de soltar del psiquiátrico, ¿a qué me dedico? Ah, sí, voy a montarme un restaurante”.
Y claro, lo de limpiar se convierte en la menor de sus preocupaciones. Cuando gnomos con el pene al aire y ametralladoras intentan hacerse con el poder de el zurullo esmeralda que tienes en tu poder desde que te lo diera el hada diarreica no puedes pensar en pasar el paño.
Hasta ahora hemos visto restaurantes que harían vomitar a una cabra, con más mierda que una fábrica de abono. Cocinas que no eran el infierno, eran el puto dormitorio de Belcebú, con grasa como si hubieran licuado a Falete allí mismo.
Hemos visto comida que podría extinguir de nuevo a los dinosaurios, comida que podría usarse para acabar con la vida en otros planetas antes de colonizarlos, comida que podría matar al cianuro a hostias.
Sí, también hemos visto locales feos como pegar a un padre con un calcetín sudado en agosto mientras duerme la siesta, con decoraciones como de mazmorra de esas en las que una señora azota a un cincuentón puesto a cuatro patas con una correa en la boca, ambientes muy parecidos al del apocalipsis versión premium.
Pero insisto, ese era el menor de sus problemas. Y es que a esos restaurantes no les hacía falta un cocinero, les hacía falta un cochinero, les hacía falta Sigmund Freud.
Desde el señor que se cree Makinavaja hasta papá Pitufo inflao a porros. Y eso, aderezado con un montón de empleados recién sacados de la XV Feria Anual de la Lobotomía.
En cualquier caso, para echarse unas risas no está mal, pero como fórmula para rescatar un restaurante no lo acabo de ver. Más que nada porque después de saber el zumo de mierda procedente de puro concentrado de mojón que sirven en esos sitios, por mucho que Chicote les hiciera limpiar un día, cualquiera va.
Bueno, lo mismo sí, lo mismo la gente va, pero como los que iban antiguamente al viaducto o a cualquier puente alto. Ya sabéis, esos restaurantes se podrían convertir en la alternativa a la bañera y el tostador enchufado.
En fin, zagales, no penséis que todos los restaurantes son iguales. Algunos podrían ser peores…

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