[Mucho ojo: este artículo es un SPOILER de Prometheus de principio a fin, recomiendo ver la película antes de leer el texto]
Sin rodeos: Perdidos
es la mayor y más retorcida estafa de la historia de la televisión. 121
capítulos, 6 temporadas y 86 horas de emisión cuyo único mérito
consiste en un soberbio uso del suspense. Pero que Damon Lindelof, el principal arquitecto de la tortuosa trama de Perdidos junto con J.J. Abrams,
sea un maestro a la hora de idear y diseminar cliffhangers no implica
que sea un buen guionista. De hecho, Lindelof es un pésimo guionista.
Además del profesional más sobrevalorado de la industria televisiva y
cinematográfica actual. Un Rob Liefeld del audiovisual, para entendernos.
¿Argumentos?
Uno, y más que suficiente. Los guiones de Damon Lindelof carecen de
coherencia interna. No parece un pecado demasiado grave, ¿cierto? Error.
La coherencia interna no es un detalle anecdótico para estudiantes de
narrativa: es la piedra de clave de todas las obras de ficción. Sin
coherencia interna, cualquier guión, cualquier historia, se viene abajo
al más pequeño roce.
Perdidos
es un ejemplo de libro de incoherencia interna. Lindelof y Abrams se
dedicaron durante seis temporadas a cambiar la lógica de la serie con
cada nuevo capítulo. ¿Cuál era su justificación? “Solucionamos viejos
enigmas a medida que planteamos otros nuevos”. Lo cierto es que las
reglas de los nuevos enigmas contradecían por completo las establecidas
para los viejos. Así que los espectadores se pasaron seis años de su
vida rellenando los innumerables agujeros del guión de la serie con
decenas de teorías de fabricación casera, a cual más delirante.
Eran tantos y tan heterogéneos los palos que se pretendían tocar en Perdidos,
tan torrencial la catarata de referencias que se mencionaban y de las
que jamás se volvía a saber nada, tan enormes las contradicciones
internas de la trama, tan absurdas las acciones de los personajes, que
cualquier explicación servía. Perdidos es el camarote de los Hermanos Marx de las series de TV. ¿El corazón de las tinieblas de Conrad? Por supuesto. ¿Alicia en el País de las Maravillas? Por qué no. ¿Física cuántica? Una cucharada. ¿El mago de Oz? Que pase el siguiente. ¿Viajes en el tiempo? A tutiplén. ¿Mikhail Bakunin, David Hume y John Locke? Y dos huevos duros.
Perdidos,
en definitiva, basa todo su prestigio en lo que se supone que es y no
en lo que es en realidad: un desordenado y muy rococó ejercicio de
name-dropping alargado hasta la extenuación. Perdidos triunfó
porque entendió a la perfección a su público, una generación de
telespectadores educados a partir de referentes literarios y culturales
de primer nivel pero sin la capacidad necesaria para entenderlos y
analizarlos de forma crítica. Una generación a la que le basta la simple
apariencia de profundidad, el primer párrafo de la entrada de la Wikipedia, para darse por saciada. Una generación, en definitiva, a la que resulta fácil, muy fácil, estafar intelectualmente.
Por eso la noticia de que Damon Lindelof era el elegido para escribir el guión definitivo de Prometheus
cayó como una losa entre aquellos que sospechaban hace ya mucho tiempo
que el rey anda desnudo. Y no fueron precisamente pocos los que
vaticinaron que la nueva película de Ridley Scott iba a
ser un espectáculo visual apabullante construido sobre el armazón de un
guión pretencioso, adolescente y con más agujeros que un queso gruyere.
Y eso es Prometheus. Un Perdidos
espacial. Un épico espectáculo visual cuyo guión mezcla varios de los
mitos de la Biblia con las teorías de la secta de los raelianos, la
mitología egipcia, El paraíso perdido de Milton, En las montañas de la locura de Lovecraft
y decenas de otros referentes históricos, filosóficos y científicos en
una especie de pastiche indigesto capaz de atragantar al más dispuesto
de los cinéfilos. El resultado es tan demencial, tan absurdo, tan
infantiloide y tan decepcionante que te hace preguntarte qué coño pasaba
por la cabeza de Ridley Scott mientras dirigía la película.
Damon
Lindelof: Eh, Ridley, he añadido una escena en la que dos de los
miembros de la expedición se pierden en la pirámide y quedan atrapados
en ella durante la tormenta y…
Ridley Scott: ¿Qué personajes?
DL: Bueno, el geólogo responsable de cartografiar los mapas y…
RS: Espera, espera… ¿el responsable de cartografiar los mapas?
DL: Sí, ese.
RS: ¿No debería ser precisamente ese personaje el menos indicado para perderse en ningún lado?
DL ¿Por qué?
RS:
Bueno, pues porque se supone que ese tipo ha sido escogido para
participar en una expedición científica espacial a una galaxia lejana
por su capacidad para, entre otras cosas, no perderse.
DL Ehhh… bueno… es un detalle menor, se ve que el tipo confunde la derecha y la izquierda y tal.
RS:
¿Confunde la derecha y la izquierda? ¿Un geólogo encargado de
cartografiar estructuras y planetas de otras galaxias y que está siendo
monitorizado en tiempo real por el centro de control de su nave? ¿No
podemos hacer que se pierda la lesbiana?
DL:
No, no, ha de ser el geólogo. Déjame pensar… le ponemos una cresta y un
par de tatuajes y le hacemos fumar marihuana. Lo pintamos como un tipo
duro pero drogata, paranoico y tal.
RS: Ya veo.
DL: Y rodamos una escena en la que aúlle como un lobo tras entrar en la pirámide.
RS: Como un lobo.
DL: Exacto.
RS:
¿Tras entrar en la pirámide, eh? Es justo lo que haría un científico
que acaba de entrar en una construcción alienígena aterradora e
inhóspita. Ponerse a aullar.
DL: A aullar.
RS: Tiene toda la lógica del mundo.
DL: Tú lo has dicho.
RS:
¿Y cómo encaja eso en la trama? ¿Qué sentido tiene meter a un geólogo
aullador, macarra y drogata con tendencia a perderse en una expedición
científica que ha costado un billón de dólares? ¿No les hacen tests de
estabilidad psicológica a estos tipos antes de criogenizarlos durante
dos años y mandarlos al quinto coño en busca de una forma de vida
alienígena que podría ser hostil?
DL:
Teníamos un problema y lo hemos solucionado con una cresta, un aullido y
un poco de marihuana, no le des más vueltas. El tema es que el geólogo
drogata y el botánico se quedan atrapados en la pirámide y entonces
aparece una serpiente alienígena acojonantemente amenazadora. El
botánico se acerca a ella, empieza a acariciarla y…
RS: ¿A acariciarla?
DL: Sí, ¿qué pasa?
RS:
Bueno, se supone que el botánico se ha perdido en la pirámide
precisamente porque ha sufrido un ataque de pánico y ha intentado salir
de ella sin esperar a sus compañeros.
DL: ¿Y?
RS: ¿Que no es un poco contradictorio que un personaje al que acabamos de caracterizar como un cobarde se lance a acariciar una serpiente alienígena acojonantemente amenazadora
en la misma estancia que antes le ha hecho cagarse de miedo? No parece
un comportamiento muy coherente, la verdad. Además, ¿no debería ser el
botánico de la expedición el más cauteloso frente a cualquier tipo de
vida alienígena?
DL:
Estooo… No te preocupes por eso, los espectadores ya pensarán alguna
justificación absurda para ello. Lo publicarán en sus blogs y en sus
twitters y nosotros no diremos ni que sí ni que no para alimentar las
especulaciones. ¡No te puedes ni imaginar la de simbolismos que es capaz
de ver la gente en las chorradas más gordas! Y cuando insistan, diremos
que no queríamos dárselo todo mascado y que hemos dejado la película
abierta a las interpretaciones.
RS:
Lo que estás diciendo es que ellos harán tu trabajo intentando dotar de
coherencia interna a un guión que carece de ella por completo.
DL: Ehhh, bueno, es una manera de verlo, sí…
RS:
O sea que todos los detalles del guión han de ser lo suficientemente
vagos y difusos como para que puedan ser interpretados en un sentido
determinado… o en el contrario.
DL: Exacto.
RS: ¡Qué coño! Eres el guionista de Perdidos. ¡Seguro que sabes adónde se dirige la historia! A rodar.
Solamente imagina qué podría haber hecho Grant Morrison con un material de partida como el de Prometheus y con dos horas de metraje por delante. Pero Grant Morrison no ha guionizado Prometheus.
Lo ha hecho El Adolescente Lindelof. Buena noticia para los
quinceañeros con media lectura a cuestas y mala, muy mala, para el resto
de nosotros.
Prometheus tiene
un prólogo que promete mucho más de lo que acaba dando la película. En
un planeta que podría ser la tierra antes de que aparezca en ella la más
mínima brizna de vida, un alienígena de facciones humanas y proporciones perfectas
se suicida (más bien se sacrifica) bebiendo el líquido negro contenido
en un extraño recipiente. El líquido provoca la descomposición del ADN
del alienígena y el vertido de este en un río cercano. El ADN
desintegrado del alienígena se recombina en el agua dando el disparo de
salida para la evolución de la vida.
Ridley
Scott fue preguntado hace unas semanas por dicha escena. Contestó esto:
“Podría ser cualquier planeta. Todo lo que está haciendo ese personaje
es actuar como un jardinero del espacio. Sólo que la semilla es su
propia desintegración. Puedes encontrar un paralelismo con otros
sacrificios históricos, como los de los mayas o los incas. Vivían un año
como príncipes y al cabo de ese año eran sacrificados a los dioses con
la esperanza de que estos mejoraran las cosechas, el clima o lo que
fuera”.
No es una idea nueva. La rama dorada, un libro escrito por el antropólogo escocés J.G. Frazer en 1890, estudia la idea de un dios que se sacrifica y muere de forma cíclica en beneficio de la humanidad. Begotten, la película de terror experimental dirigida por E. Elias Merhige
en 1991, gira alrededor de la misma idea y se abre con la escena de un
dios que se sacrifica y muere entre horribles tormentos para que la
madre tierra emerja de su cadáver y se fecunde con su esperma. La secta de los raelianos cree que la vida en la tierra fue creada por alienígenas mediante ingeniería genética. El libro Recuerdos del futuro, escrito en 1968 por el suizo Erich von Däniken,
defiende la idea de que las primeras religiones, así como los primeros
avances tecnológicos, fueron revelados a los primitivos seres humanos
por astronautas procedentes de civilizaciones alienígenas. Como dijo Arthur C. Clarke,
cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de
la magia. Y por ello Däniken creía probable que esos astronautas fueran
recibidos en su momento como dioses. Atentos a la rechoncha figura japonesa del período Jōmon
que Däniken interpretó como la representación de un astronauta
alienígena con su casco, su traje y sus correajes correspondientes.
Así que la idea ya tiene sus años.
Prometeo
es en la mitología griega un titán amigo de los hombres. Nuestro
protector. Prometeo es castigado por Zeus por robar el fuego de los
dioses, un atributo que se supone divino, y entregárselo a sus
protegidos. Tras ser encadenado a una montaña del Cáucaso, un águila
devora su hígado. Pero la herida del inmortal se cierra y su hígado
crece de nuevo durante la noche. El águila vuelve al día siguiente y
devora de nuevo el hígado de Prometeo. El tormento se repite de forma
cíclica durante toda la eternidad. Quedémonos con la imagen de Prometeo,
el gran benefactor de la humanidad, siendo condenado por los dioses por
revelar el secreto de la tecnología. Quedémonos también con la imagen
del estómago abierto de Prometeo. Dicho simbolismo se repite una y otra
vez durante toda la película.
Y esa parece ser la clave de Prometheus. Sólo que no lo es. Durante la película, Prometeo parece ser Peter Weiland, el personaje interpretado por Guy Pearce, un genial científico multimillonario que pretende acceder al conocimiento divino prohibido para entregárselo a los seres humanos. Pero también parecen serlo los Ingenieros, que es el nombre con el que los
miembros de la expedición bautizan a los alienígenas humanoides del
planeta LV-223. ¿Y por qué deberían dos personajes antagónicos
simbolizar el mismo referente mitológico? Vete a saber. Probablemente
por la misma razón por la que uno de los personajes es olvidado por
completo por los guionistas tras ser violado oralmente por una serpiente
alienígena. Los fans de la saga saben que nuestro entrañable xenomorfo
es incubado en el cuerpo de los desdichados receptores tras ser
introducido en el estómago de estos por un parásito. Precisamente por
eso la mencionada escena de la serpiente alienígena activa en el
espectador el chip de la coherencia interna: aquí va a ocurrir algo.
Pero no sucede nada.
Lindelof
se olvida del personaje. La serpiente violadora no tiene nada que ver
con el xenomorfo o con su parásito. Y entonces, ¿por qué utilizar
precisamente una imagen cargada de tanto significado en el universo de
la saga si no existe la más mínima relación con su lógica original? ¿Por
qué no hacer que la serpiente mate al personaje de cualquier otra
manera menos confusa? Por la misma razón por la que otro de los
personajes se convierte en un zombi titánico sin que eso tenga ni la más
remota relación con la lógica de la película. Por la misma razón por la
que los Ingenieros, supuestamente acosados por el engrudo negro, se
refugian en una sala abarrotada de urnas que almacenan engrudo negro. O
por la misma razón por la que Charlize Theron presume
de disponer para ella sola de una estación médica carísima y dotada de
la más avanzada tecnología… pero que sólo acepta pacientes de sexo
masculino.
¿Por qué, por qué, por qué?
Porque
Lindelof es un guionista atroz, ese es el porqué. Porque Lindelof cree
que la confusión y la indefinición serán percibidas por el espectador
como un enigma a resolver en vez de como una señal de elemental
incompetencia.
Lo
maquiavélico del asunto es que todas las preguntas planteadas en los
párrafos anteriores pueden ser contestadas por el espectador de forma
más o menos chapucera sin salirse demasiado de la ciclotímica lógica de
la película. “Quizá la estación médica de la Theron no está destinada a
ella sino a los Ingenieros”. “Quizá es para su padre, Peter Weiland”.
“Quizá la Theron es un androide y por eso no necesita la estación”. Pero
entonces, ¿cómo sabían los ingenieros y fabricantes de la mencionada
estación médica que la anatomía alienígena se corresponde con la de un
ser humano de sexo masculino? ¿No cabe la posibilidad de que existan
alienígenas hembra? ¿Y el moribundo Peter Weiland? ¿No se supone que ha
viajado criogenizado millones de kilómetros para conocer a su creador y
dar con el secreto de la vida eterna? ¿Para qué coño quiere Weiland
entonces la estación médica? Y si la Theron es un androide, ¿qué pinta
ahí esa estación?
¿Queda
claro? Todos los enigmas de la película pueden ser solucionados con
explicaciones que de forma indefectible acaban desembocando en nuevos
enigmas. Como en Perdidos. Porque el guión no está acabado. No
está cerrado. No es coherente con su propia lógica interna. Lo que los
fans de Lindelof y de Perdidos interpretan como enigmas no son
más que agujeros de guión. Podrías pasarte toda la vida respondiendo a
un enigma cuya respuesta plantea otro enigma cuya respuesta plantea otro
enigma… y así hasta morir de asco. Porque el punto de partida ideado
por Lindelof es tan deficiente que no tienes ni la más remota
posibilidad de llegar a ningún lado. No hay soluciones para la ecuación
porque la ecuación está mal planteada.
Pero volvamos a las referencias y los simbolismos de Prometheus.
A lo largo de la película, la imagen de varios personajes con el pecho o
el estómago abierto se convierte en una machacona constante. No hace
falta darle muchas vueltas a la cabeza para topar de bruces con un
evidente simbolismo cristiano: Jesucristo recibiendo una lanzada en el
costado tras su crucifixión. El parto dador de vida. De hecho, ya en Alien Ridley Scott jugó con ese simbolismo haciendo que el alienígena hiciera acto de presencia tras reventar el pecho de John Hurt.
¿Más simbolismos cristianos? La Santísima Trinidad. Janek, el capitán interpretado por Iris Elba,
acompañado a derecha e izquierda por sus dos copilotos y estrellando la
nave Prometheus contra el destructor alienígena para evitar que este se
dirija a la Tierra y aniquile la raza humana. Y Meredith Vickers, el
personaje interpretado por Charlize Theron, huyendo de esa misma nave en
una cápsula de salvamento con forma de sarcófago, flanqueada por otras
dos cápsulas vacías. Atentos de nuevo al simbolismo: Janek sacrifica su
vida para que otros conserven la suya y por ello es acompañado en la
muerte por dos de sus compañeros. Meredith rechaza sacrificarse por la
vida de los demás y por ello muere sola, de forma simbólica, en un
sarcófago. ¿Por qué esos personajes actúan así? Enigma. Los personajes
de Prometheus logran que los de Street Fighter parezcan bien desarrollados.
Más. Los murales que la expedición encuentra en una de las salas de la pirámide. En uno de ellos aparece un Ingeniero con el costado abierto
y que parece acariciar a una criatura parecida al xenomorfo adoptando
una postura forzada similar a la de algunas de las figuras de La Capilla
Sixtina. En el otro aparece nuestro viejo y conocido xenomorfo.
¿Lo pillan? A un lado, el dador de vida. El pecho abierto. Jesucristo.
El Vaticano. El dios que muere en beneficio de sus criaturas. Yo me
sacrifico para que tú puedas vivir. Al otro lado, la muerte. Satanás. Yo
te sacrifico para que yo pueda vivir. Sólo que en el mural, el
xenomorfo aparece con los brazos en cruz. Es decir crucificado. ¿Qué
sentido tiene eso? Habrá que preguntárselo a Lindelof.
El
hecho de que la película no aclare cuál es la relación entre los
Ingenieros y los xenomorfos deja abierto el enigma para que este sea
aclarado en una posible segunda o tercera parte de Prometheus. ¿Y por qué cojones hemos de esperar a una hipotética secuela para obtener las respuestas que no se dan en Prometheus? ¿Por qué no puede ser Prometheus una película normal, autoconclusiva y autoexplicativa?
¿Quieren más preguntas sin respuesta? Ahí van:
¿Es
el xenomorfo dios o un arma biológica? Si es un arma, ¿para luchar en
qué guerra? ¿Son los Ingenieros ángeles? Y si lo son, ¿lo son de dios o
del demonio? Si los Ingenieros nos han creado a nosotros, ¿quién ha
creado a los Ingenieros? ¿Y quién ha creado al creador de Los
Ingenieros?
¿Más
rompecabezas? El epílogo de la película muestra a una criatura que
parece ser el primero de los xenomorfos naciendo del pecho del último de
los Ingenieros. El nacimiento de ese xenomorfo es producto del más
absoluto azar y no obedece a plan alguno por parte de los Ingenieros o
de los miembros de la expedición científica. Entonces, ¿por qué el
xenomorfo aparece en el mural de la pirámide? ¿Cómo conocían los
Ingenieros la apariencia del xenomorfo siglos antes de que el primero de
su especie nazca?
Basura.
Damon Lindelof
está dejando los cabos sueltos porque no tiene NI LA MÁS REMOTA IDEA de
cuál es la estación de destino de todo este polvorón indigesto de
referencias religiosas y simbolismos incoherentes. ¿Quieren un final
abierto como dios manda? La semilla del diablo de Polanski. Origen, de Christopher Nolan. ¿Quieren espesuras metafísicas sobre el concepto del sacrificio cristiano? Rompiendo las olas de Lars von Trier. ¿Quieren una película de serie B sobre la fe y con un guión redondo, inteligente y autoconclusivo? La niebla, de Frank Darabont. Como ya ocurrió con Perdidos, son los espectadores y los fans de la saga los que están rellenando en estos momentos los agujeros del guión de Prometheus con teorías en bastantes ocasiones mucho más inteligentes y coherentes que las presentadas en la película.
DL: Ridley, he tenido una idea cojonuda.
RS: ¿Otra?
DL: Esta es para cagarse. El engrudo negro.
RS: ¿El que bebe el Ingeniero en el prólogo de la película?
DL: Sí. Bueno… no.
RS: ¿Sí o no?
DL:
Lo vamos a dejar abierto. Ese engrudo aparecerá más tarde en varios
momentos de la película. Será uno de los elementos clave. Como los
números de Perdidos.
RS: Pero los números de Perdidos no tenían ningún sentido. Tú mismo dijiste que ni los guionistas de la serie sabíais qué coño significaban.
DL: Cierto, cierto.
RS: Brillante. ¿Y qué piensas hacer con el engrudo negro?
DL: Haremos que sea ingerido por varios personajes.
RS: ¿Y para qué quieres descomponer el ADN de esos personajes?
DL:
No, no, ahí está la gracia: el engrudo negro actuará de forma diferente
a como actúa en el cuerpo del Ingeniero del prólogo.
RS:
Entonces no es el mismo engrudo negro. ¿Por qué no le das un color
diferente a la sustancia? Para que los espectadores sepan que son dos
sustancias diferentes, digo.
DL: Es que ahí está el intríngulis: el espectador no sabrá si la sustancia es la misma o es otra.
RS: ¿Y qué sentido tiene eso?
DL: Es… enigmático.
RS: Vale, pero yo soy el director de la película, a mí puedes decírmelo. ¿Es la misma sustancia o no?
DL:
Ni puta idea. Le daremos el engrudo negro a un minúsculo e inofensivo
gusano alienígena y lo convertiremos en una serpiente capaz de
arrancarte un brazo.
RS: ¿De dónde sale ese gusano?
DL: ¿Qué?
RS: El gusano, ¿qué pinta ahí? ¿Es un especie nativa del planeta? ¿Lo han traído los Ingenieros?
DL: Joder, es un puto gusano, yo qué sé… Esta ahí, sin más.
RS: Ya veo.
DL: Quizá el gusano… ¡es dios!
RS: Me lo imaginaba.
DL:
Luego haremos que el engrudo negro embadurne el casco de uno de los
personajes. Y entonces actuará como un ácido, corroyéndole el casco y la
cara. Más tarde ese personaje se convertirá en una especie de zombi
monstruoso que arreará unas hostias como panes. Luego nos las
arreglaremos para que el engrudo caiga en la bebida de otro personaje y
haremos que este enferme de forma horrible. Y, por cierto, haré que este
último personaje se sacrifique con los brazos abiertos. ¿Lo pillas?
RS: ¿Jesucristo?
DL: ¡Exacto!
RS:
No está mal, sólo llevábamos 47 simbolismos cristianos. El 48 es la
guinda del pastel. ¿Y todo esto lleva a algún lado o estás metiendo
simbolismos por meterlos?
DL: Eso ya lo dirán los espectadores. Yo les lanzo las piezas del puzzle y ellos tratan de reconstruir la imagen de conjunto.
RS: ¿Pero las piezas encajan?
DL: Ahí le has dado: ni por el forro de los cojones.
RS: Y entonces, ¿qué es el engrudo negro?
DL:
Vete a saber. Quizá es una sustancia artificial creada por los
Ingenieros para acelerar la evolución. Quizá es un arma creada por los
alienígenas para exterminar la raza humana. Quizá simboliza el aliento
divino dador de vida. Quizá es el agua de la vida, que necesita del
cáliz de Jesucristo para desarrollar su verdadero potencial benéfico,
como en Indiana Jones y la Última Cruzada. Quizá simboliza el
pecado y entonces actúa diferente en función de la bondad o la maldad
del receptor: pervirtiendo su ser si su alma es perversa y dando a luz
nueva vida si su alma es pura. Quizá es sólo una sustancia
asquerosamente asquerosa.
RS: Tiene toda la coherencia. A rodar.
Lindelof
no sólo pretende que el espectador rellene por su cuenta los agujeros
del guión. Pretende que leas. Libros. Libros supuestamente profundos y
sesudos que por supuesto él no ha leído jamás. Un analfabeto
pretencioso, este Lindelof. Un verdadero representante de la generación
más preparada de la historia. Así que tú lees. Y, por supuesto, nada de
lo que lees acaba aclarando nada.



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